SOLO TÚ...

SOLO TÚ...

sábado, 19 de febrero de 2011

UN DOLOR HORRIBLE QUE ME LLEVÓ A UN AMOR INOLVIDABLE...

Eran las 11 de la mañana del sábado 18 de Diciembre de 2010, cuando noté un agua caliente entre mis piernas, sí, ahí estaba, se había roto la bolsa de líquido amniótico, empezaba el periplo inolvidable para ver la cara de mi hijo, por fin.

Tantas semanas esperando el momento, y cuando llegó los nervios me abandonaron por completo, y una tranquilidad que me mosqueaba se había apoderado de mí. Pedro y yo cogimos las cuatro cosas de última hora (todo lo importante estaba metido en el maletero desde hacía una semana), nos despedimos de la familia, y partimos rumbo al hospital... No paraba de sentir cómo salía el líquido, caliente y esperanzador, chivato de lo que ocurriría en breve, o al menos así lo veía yo.

Llegamos al hospital y nos pasaron inmediatamente con el matrón y la ginecóloga, me hicieron una eco para verificar que la bolsa estaba rota y entonces fue cuando dieron el primer paso hacia el robo de mi parto, me hicieron una maniobra de Hamilton, sin consultarme por supuesto, que me dolió una barbaridad, sentí un desgarro ahí adentro y un gran chorro de líquido sanguinolento salió de mi cuerpo. Yo sabía que eso no era bueno, sabía que no tenía que haber permitido que me practicara aquella maniobra, pero me pudo más mi deseo de ver YA a mi niño...

Me ingresaron de inmediato y nos llevaron a la que sería nuestra habitación durante toda la estancia en el hospital. Me anunciaron que, si esa noche no me ponía de parto por mí misma, alrededor de las 8 de la mañana del día siguiente me inducirían... bueno, confié en mi cuerpo, confié ciegamente en mi hijo, y no me fallaron ni el uno ni el otro. A las 4.30 de la madrugada comencé a tener contracciones, no eran muy seguidas ni muy dolorosas aún, pero eran contracciones, sólo necesitaba un poco de espacio y paz para vivirlas y controlarlas, pero no me dieron lo que necesitaba. A las 8 de la mañana entró la ginecóloga y me dijo que, a pesar de estar con contracciones, no había dilatado nada y que necesitaba ponerme una "tabletita que me ayudaría", porque no podía estar muchas más horas con la bolsa rota y sin ponerme de parto. Nuevamente confié en su criterio, ella es la médica, no yo... me dejé introducir aquel engendro del demonio y dejé que hiciera efecto... unas pocas horas después estaba sufriendo el dolor más horrible que jamás he vivido en toda mi vida. Al principio podía controlar mi respiración, aguantaba el dolor apretando los dientes, estrujando la sábana, haciendo los ejercicios respiratorios con más o menos concentración. Al cabo de un rato el dolor era tan insoportable que ya no podía ni respirar, no soportaba aquella sensación tan desgarradora, no podía controlar mis gritos, no sabía cómo ponerme, sentada, depie, de espaldas, me aferraba a la pierna de Pedro y lloraba a la vez que una oleada del dolor más punzante me recorría desde la nuca hasta los pies, chillaba como un animal al que están apaleando... y pedía clemencia, auxilio, que alguien por favor me diera alguna droga para poder soportar aquello... un rato más tarde, después de gritar que alguien hiciera algo, me llevaron a los paritorios, Pedro siempre a mi lado, como el estandarte que nunca se viene abajo. Después de unas preguntas de rigor me punzaron la espalda para proporcionarme un alivio total, la bendita epidural, me dolió horrores ponérmela, pero el placer fue tal cuando empezó a hacer efecto, que no me importó en absoluto el pinchazo tan desagradable.

Horas, horas y más horas intentando dilatar, horas tumbada en aquella camilla rara, horas escuchando el latir del corazoncito de mi hijo, horas viendo cómo Pedro se quedaba dormido en una silla implacablemente incómoda, horas quedándome congelada en aquel paritorio de aspecto frío y desolador. Las contracciones no tienen buen ritmo, me aumentan la dosis de oxitocina, cada vez más. Darío empieza a tener arritmias, el corazoncito va demasiado lento por un momento, el pánico se apodera de mí, "qué pasa?? porqué se escucha tan despacio??", falsa alarma, todo vuelve a estar bien, sigue pasando el tiempo, siguen aumentando la dosis de oxitocina hasta niveles vergonzosos, mi cuerpo no responde, no dilato, me quedo clavada en 6,5 cms. Darío se sube, ya no quiere hacer más esfuerzos para salir, me bajan la oxitocina porque Darío tiene una taquicardía, ya está todo perdido... me harán una cesárea...

No puedo soportar la idea de entrar en quirófano, miro a Pedro a los ojos, no recuerdo qué le dije, creo que fue algo así como "no quiero cesárea" o algo similar, no lo recuerdo, estaba demasiado nerviosa, empecé a no controlar mi histeria, tiritaba sin remedio, no no no no... no quiero entrar en el quirófano... noooo Pedro no puede venir!! porqué?????? quiero que esté conmigo, necesito que esté conmigo!! la ginecóloga no entiende lo que siento, no se apiada de mi mirada de pánico, dice: él no puede pasar, no le tiembla el pulso a la hora de asestarme el último pullazo antes de meterme en el quirófano... bueno, no pasa nada, soy fuerte, puedo con esto, me repito una y otra vez que todo va a ir bien, me aferro a Felipe, el anestesista, es un chico muy amable y simpático, me pasan a una camilla, aumentan la dosis de la epidural, dejo de sentir las piernas por completo, es una sensación horrible, querer mover tus piernas y no responden, están muertas, bueno, dormidas, tontas, inservibles, como toda yo... Felipe se acerca, me acaricia la cabeza y me pregunta: cariño, estás muy nerviosa?? respondo: sí, bueno, estoy histérica, estoy muy mal... me dice que me va a poner un sedante para que esté mejor, recuerdo que me dijo: con esto te sentirás bien y despertarás cuando tu niño esté fuera, no temas nada vale?? Ya me da igual todo, sólo quiero que terminen, que se acabe de una vez, quiero ver a mi niño, quiero escucharle, tocarle, por favor, que terminen ya!!!

No recuerdo nada más hasta que escucho: "Ester!! abre los ojos!! mira, es tu niño, está aquí ya!!" Felipe me despierta para que escuche llorar a mi hijo cuando lo sacan, oigo su llanto y no siento nada, soy como un trozo de madera sin vida, un mueble allí colocado, no siento ni frío ni calor, ni emoción alguna, sonrío porque siento que tengo que hacerlo. Acercan a Darío hacia mi cara: "mira qué guapo es!! dale un beso, es tu hijo" Tamara, la matrona ha acercado a Darío y yo, que creía que lloraría como una desalmada al verle, no siento nada, sólo acierto a decir: "ay qué guapo es, mira que cara... " mis sentidos están acolchados, droga droga y más droga por mis venas, oxitocina, sedantes, drogas por todos lados... se llevan a mi hijo, va a verlo la pediatra y en seguida lo traen, lo colocan en una cunita térmica, me dejan sola a este lado de la sábana verde, escucho cómo la ginecóloga habla con otra mujer, no entiendo qué dicen, en realidad no les presto atención, y entonces caigo en la cuenta de que mi hijo está llorando en esa habitación, y yo no estoy con él... empiezo a ponerme muy nerviosa, quiero que me lo traigan, quiero tocarlo, joder, dónde está, estoy escuchándole llorar!!! Tamara me trae a Darío y lo pone sobre mi pecho, me pregunta si soy capaz de agarrarlo, le digo que no, que no tengo fuerzas, mientras me están cosiendo, siento un cosquilleo ahí abajo, se vuelven a llevar a Darío y le dejan solo, empieza a llorar de nuevo, su llanto es como el de un gatito recién nacido, suave, relajado, sin demasiada energía... me necesita y yo estoy aquí, sin poder moverme, inútil, me siento un puto trozo de carne inútil... se me saltan las lágrimas, aparece Felipe y me dice que Darío está genial, que tiene muy buen peso y todo muy bien, que ahora se lo van a llevar a su papá... dónde está Pedro?? quiero ver a Pedro...

Terminan de coserme y me llevan a una sala de recuperación, dejo de oír a mi hijo, no sé dónde está... me invade la angustia, pregunto dónde está Pedro, me dicen que viene ahora, un minuto después aparece al lado de mi cama, mi salvador, mi dios, mi héroe, la cara que necesitaba ver justo en ese momento, el hombre al que amo, y entonces me derrumbo y le digo: amor, no he llorado al ver a Darío... creo que le dije eso, no lo recuerdo bien. Él no para de decirme que soy una campeona, que todo ha salido bien, que el niño está perfecto, que lo van a llevar a la habitación con él y allí me van a esperar los dos... me besa, le beso hasta con la última fibra de mi ser, no quiero que se vaya, pero necesito que esté con Darío ya que yo no puedo. Se aleja y empiezo a tiritar. Tirito sin parar, demasiado frío, me castañetean los dientes. Una enfermera mete algo parecido a un calefactor debajo de las mantas, empiezo a entrar en calor poco a poco, tengo que estar allí dos horas, dos horas recluida en una cama, sola, escuchando voces a lo lejos. Me recomiendan que duerma, lo hago durante unos 10 minutos. Empiezo a notar las piernas, Felipe viene a preguntar si ya se me despiertan un poquito las piernas, le digo que sí, me sonríe, es un buen tío.

Paso dos horas interminables allí, queriendo dormir para que pasen rápido, y no consiguiéndolo porque la angustia de no estar con mi cachorro me está destrozando las neuronas. Quiero verle, necesito tocarle, olerle... Después de la eternidad de las dos horas me llevan a la habitación, todos están allí, mis padres, mis hermanas, mi suegra, mis cuñados... y cómo no, mis dos amores... me siento aliviada porque por fin puedo coger a mi hijo, pero no puedo evitar sentirme fatal pensando que todos ellos le han cogido antes que yo, todos han observado su carita con detenimiento antes que yo, todos han sentido esa ternura infinita antes que yo... sus olores han llegado antes a su naricita, y han tocado su carita todas esas manos antes que las mías... y me duele, me duele muchísimo, no por ellos, son mi sangre y la sangre de Pedro, me duele por mí, me duele porque he perdido el momento más íntimo con mi hijo, las primeras horas de su pequeña vida, el primer contacto con otra vida fuera de mi tripa... lo he perdido para siempre...

Me centro y trato de disfrutar de su carita, de su boca roja redonda y perfecta, de sus manitas, que abre y cierra contínuamente, trato de concentrarme en todo ese amor que he estado acumulando durante 9 meses, y dejarme llevar por el sentimiento más hermoso que he dejado correr por mis venas en toda mi vida, es mi hijo, mi hijo... eres mi hijo...

Todos se van a casa y nos quedamos los tres solos, empieza lo que yo creía que iba a ser las primeras horas normales que pasa todo el mundo, pero mi gozo cae en un pozo cuando, un rato después de decidir dormir, Darío se asfixia, pego un bote de la cama al escucharle, con el consiguiente daño en la herida, le cojo, no respira bien, viene una enfermera, se lo lleva rápido, me angustio, me ahogo, me siento impotente, no puedo moverme, me tira la herida... Pedro se queda depie, esperando a que nos digan algo, vienen a decirnos que tiene muchos moquitos y, por seguridad, le dejan en la UCI neonatal... no, no diré que me quedé tranquila porque estaba bien y porque allí le tendrían controlado, no fue así, así me propuse que fuera, pero no era verdad, por dentro se me comían los demonios, y quería salir de la habitación, aunque fuera a rastras, para ver con mis propios ojos que mi hijo estaba bien... así pasé las siguientes 24 horas, esperando que Pedro volviera de darle el biberón y me dijera cómo estaba. Mientras yo allí, inútil, otra vez era un mueble, aparcado encima de una cama, mientras mi niño no respiraba mi piel ni escuchaba mi voz... Lloro, lloro y me come la pena. Pedro me consuela, siempre lo hace, y es el mejor del mundo consolando, me dice que todo está bien, que en cuanto pueda levantarme vamos...

Los 3 dias siguientes voy arrastrándome a verle a la UCI, le doy sus biberones, no me sube la leche, es horrible, quiero darle de mi pecho y no puedo... me vuelvo a sentir inútil, me refugio en su carita y trato de ser positiva, Darío está mejorando por momentos, la infección remite (tenía infección amniótica), todo está bien, va respirando mejor y tiene buen color. Me digo una y otra vez que cuando nos vayamos a casa estaremos bien...

Al cuarto día de estancia en el hospital nos dan el alta, nos vamos a casa, a la tranquilidad del nido, a habituarnos los unos a los otros, a conocernos y grabarnos en la retina y en el resto de los sentidos.

En 5 minutos mi hijo cumple 2 meses de vida, no he conseguido la lactancia materna exclusiva pero le doy pecho y biberón, está sanito, ha crecido 10 cms en estos 2 meses, parece que será grande, como sus papis. He llorado muchísimo en estos dos meses, me he sentido mala madre en innumerables ocasiones, todas ellas sin sentido, todo sea dicho de paso, me he quedado dormida depie prácticamente, me he acostumbrado a pasar el día con sólo 3 horas de sueño en el cuerpo, he aprendido a cambiarle el pañal en menos de un minuto, pero lo mejor de todo es que he memorizado cada movimiento de mi pequeño, sé cuándo le pasa algo, qué es lo que le pasa y porqué... sé leer en mi hijo y él sabe hacer que todo sea más fácil. A veces me desespero, y rebusco en mi baúl de la paciencia, el que guardo para las emergencias, para no pegarme cabezazos contra la pared, y, de pronto, cuando todo parece acabar con mi tranquilidad y sumirme en un estado de histeria irreversible, me sonríe, y esa sonrisa hace que todo lo demás deje de importar. Mis pelos de estropajo dejan de ser tan de estropajo, mi culo de pan deja de acomplejarme, mi piel reseca y falta de cuidado me da exactamente igual, no noto mi falta de sueño, ya no me importa los días que hace que no me ducho (sí, más de una vez he estado hasta 3 y 4 días sin ducharme... y no me da vergüenza decirlo), ni siquiera me importa que en ese momento estuviera a punto de echarme a llorar desesperada, porque su sonrisa me da paz, armonía, me sube la moral hasta tocar las nubes con la punta de los dedos, su sonrisa es ahora mi droga, una droga a la que me he enganchado voluntariamente de por vida.

Disfruto de cada segundo, se me hincha el pecho suspirando cuando le veo dormidito y escucho su acompasada respiración, y cuando le observo con su papi, los dos enzarzados en un diálogo imposible rebosante del amor más puro, y cuando Pedro le mete en su bañerita y se miran a la cara, y cómo le habla, con esa ternura que parece no tener fin... Pedro también esta irremediablemente enamorado de Darío, y eso no puede hacerme más feliz.

Me robaron muchas cosas en el hospital, nunca olvidaré el dolor que sentí, no tanto físico como psíquico, nunca olvidaré el tiempo que tuve que pasar separada de mi precioso hijo, ni olvidaré el trauma que esto ha significado para mí, pero un día me prometí a mí misma no volver a dejarme llevar por lo negativo, me juré levantarme siempre que me viera tirada por los suelos, agarrarme fuerte a lo que fuera que tuviera cerca, apretar los dientes y plantarle cara a todo y a todos, y eso he hecho, convencerme de que todo aquello es y será siempre parte de mí y que me servirá el día que vuelva a regalarme una nueva vida, porque todos, absolutamente todos, aprendemos de los errores que cometemos en el pasado, aunque esos errores hayan merecido la pena por ver cada día, al despertarme, la cara de mi hijo, mi Darío, mi amor.